La Ley del Deporte

LAS DROGAS Y YO

Empecé a consumir tabaco y alcohol como a los doce años, luego marihuana a los dieciséis, y cocaína a los veinte. A los veinticuatro, en el exterior, probé el éxtasis, anfetaminas, metanfetaminas y ketaminas. Pero no era que dejaba una sustancia por otra, no cambiaba de vicio. ¡Los iba acumulando! Como por supuesto aliviaban, pero no curaban, las iba incrementando. Y más temprano que tarde, a los veintiocho, también me hice adicto al clonazepan, para poder «bajar». Sí, a todo eso, lo metes en una licuadora, tenés «la receta para el desastre».

Mi viejo me presiono para recuperarme porque no daba más. Me había convertido en un parásito. Con apenas treinta y dos años, ya quería «tirar la toalla». Había pasado por situaciones terribles. Deambular sucio, seco, roto, y sin rumbo días enteros. Y mentir, y robar para comprarme drogas, era de rutina, para refugiarme en ellas ante la menor dificultad.

Tras los primeros momentos de placer y gozo, yo me transformaba en una bestia mala y viciosa. Que cometía todo tipo de pecados. Iba a buscar gente que andaba en la misma. Para fumar pucho, consumir alcohol, usar drogas, buscar mujeres, y hablar y repetir las mismas cosas de siempre.

Charlaba de mis viajes por el mundo, de porque deje los trabajos, los deportes, mi ciudad, de lo corrupto que eran los político, de los malas y chusmas que eran las mujeres, de que había que usarlas y dejarlas. Sino ellas mismas te «volteaban». Y aconsejaba que habría que exterminar a mucha gente. De todos hablaba muy mal, obviamente… ¡Menos de mí!

Luego las llamaba para consumir y salir de lujuria, pero estaban en otra cosa, con sus parejas, hijos, trabajos y problemas. Quería ir a fiestas descontroladas y divertidas, pero estaban cerradas, me perseguía por mi cara, o ya ni las disfrutaba.

No tenía límites y no me importaba nada. Jamás se me prendían «las luces rojas del peligrosímetro». Siempre igual. Iba a buscar pucho, alcohol, drogas, mujeres, fiestas, hoteles, y así sucesivamente como un loco maníaco. Hasta extinguirme y ridiculizarme como persona.

Víctima de mi imaginación, de mis espejismos, inventaba en mi mente fantasías que no eran realidad y jamás se daban. Y, «La Máquina de Pecar», terminaba triste, solo, temblando, histérico, y encerrado en un baño o en un auto… Re fisura.

Estaba incapacitado de conectarme con la gente. Las analizaba, las juzgaba, y las descartaba… Odiaba a sus pensamientos, sus cuestionamientos, sus emociones, sus críticas, su rechazo, o a sus traiciones. Muchas veces sin conocerlas, menos entendiéndolas.

Sentía asco por los políticos, los trabajos estresantes, aversión a las responsabilidades, y a la gente en general. Y esos conceptos los hablaba envuelto en una nube de humo, duro como San Martín de Tucumán en la plaza, a la luz de un foco rojo, y se recreaban una y otra vez en mí «mente demente». Y esos delirios se me hacían «realidad» con el correr del tiempo.

Hasta que una noche, como cocinero, le hago un cumpleaños a un juez y al otro día le hacía la fiesta de fin de año a trescientas personas en la Universidad Nacional de Entre Ríos, pero nunca llegue. El viernes me paga el juez y salgo con la camioneta llena de comida y vajillas. Fui a consumir drogas, boliches, burdeles, y hoteles. No volví de mañana a casa por miedo a las represalias. Mi viejo me llamaba cada dos minutos. Yo no podía apagar la «aspiradora» pero ya nada me hacía efecto. La tenebrosa realidad me estaba golpeando la puerta. ¡Y mi peor pesadilla se me había hecho realidad!

Acto seguido me enrosqué los cables del teléfono fijo y traté de ahorcarme. La vida ya era insoportable para mí. Y prefería morir. Pero no morí. Seguí vagando y ya de noche, en la ruta, me lo cruzo a mi papá, que venía del campo, no me vio y lo vi muy preocupado. Me quería morir nuevamente bien muerto. Paranoiqueba que me perseguía la policía, drogas peligrosas, tránsito, prefectura, milicos, algún amigo de papa, un detective, el grupo swat, o cualquiera que sepa todo lo que había hecho y del peligro en el que me había vuelto. Cada persona que venía detrás me «la iba a dar». Hasta los aviones me «perseguían». Estaba re loco y enfermo. Hasta que colapse, estacione, dormí en el auto, lo deje tirado y salí a caminar. Al único lugar donde podía y debía: a mi casa con papá. Cuando volví mi viejo estaba «hecho fleco». Tuve que decidir morir o vivir.

Y empezamos con nuestra vida de tratamientos, psicólogos, operadores terapéuticos, psiquiatras, familiares, y pares. En la clínica donde estuve, trabajan para recuperarte y que no te drogues más, pero alcanza con que no nos droguemos, apuntan a que sintamos la angustia de lo que vivimos, y reemplazar todos aquellos malestares que nos empujaron a drogarnos, por momentos plenos y buenos.

En la clínica nos ayudan en la ardua lucha por escapar del infierno de la adicción a las drogas. Y el trabajo tiene mucho que ver con los demás, con sentirnos parte de un grupo, de una sociedad, y con saber que uno no está solo, uno solo se encerró y aisló.

El grupo de compañeros te ayuda a ser consciente de los males que hiciste y que generaste. Te pone un espejo para que se refleje como estas arruinando tu vida y la de los que te aman. Te presiona para que puedas sentir todo ese dolor para alejarte de eso. También te ayuda a quitarte la culpa que te paraliza y no te permite «arrancar». Y, lo que es muy importante, te alienta a asumir responsabilidades y sueños que te hagan crecer.

Porque lo más delicado es la reinserción, ya que no tenemos una personalidad lo suficientemente fuerte como para procesar las tensiones de este mundo. Por eso lo mejor es que no nos quedemos en el encierro y hablemos. El tratamiento intenta que cada paciente busque en su mundo interno, que es lo que le gusta, que le hace bien, que puede hacer, y que considera importante.

Ahí revolvemos en nuestro pasado, vivimos el presente, y proyectamos el futuro. La recuperación, más allá de que obviamente el objetivo es dejar de drogarnos, se trata de recuperar nuestro trabajo, la familia, la pareja, los buenos amigos, los hábitos saludables, las responsabilidades… Y, por ende, cuando se habla de recuperación, se habla de recuperar nuestras ganas de vivir.

CONSEJO DE PREVENCIÓN DE ADICCIONES CONCORDIA

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