La Ley del Deporte

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FUTBOLISTA CARLOS DESIDERIO «BARULLO» PEUCELLE POR «LA LEY DEL DEPORTE»

Carlos Desiderio «Barullo» Peucelle nació un 13 de septiembre de 1908 en Buenos Aires. Y falleció el 1 de abril de 1990 en la misma ciudad. Era de Casa Amarilla, ese famoso vértice entre los barrios de La Boca, Barracas y San Telmo. Barrios portuarios e históricos de nuestra capital federal.

Peucelle fue un jugador completo. Veloz, con aceleración, técnico, y solidario para la recuperación. Metía diagonales y dibujaba gambetas que dejaban «patas para arriba» a los defensores. Era un gambeteador. Escondía la globa. Celoso. Con un importante índice de desorden con pelota dominada. Hacía desorden, pero en las defensas contrarias. Alto zafarrancho.

Hijo de inmigrantes franceses. Trajo un poco de glamour al populoso barrio de La Boca. Terminó la secundaria y cuando iba a empezar la facultad lo fueron a buscar para jugar en Primera profesionalmente. En aquel entonces los padres de la clase alta no veían con mucho entusiasmo que se dediquen a un deporte. Se instaba más a estudiar o trabajar. Argentina y el mundo eran un quilombo. Pero este se consagró en todos los frentes. Menos mal que siguió jugando. Hizo lo que amaba y eso paga y muy bien.

Hoy el muchacho de nuestra historia está entre los mejores jugadores argentinos. Escuchen y lean bien quien fue y «en que andaba» este jugador fantasista e imaginativo con la pelota. Uno de los pocos argentinos que hicieron historia en los Mundiales de Fútbol. Por eso está en los ya famosos homenajes de «La Ley del Deporte».

Carlos Peucelle, a quién le decían barullo por sus impredecibles recorridos con la pelota al pie, debuta en la primera de San Telmo en 1925, después pasó a Sportivo Barracas, luego a Nacional de Adrogue, y finalmente a Sportivo Buenos Aires. Todos equipos medio humildes. Casi siempre era el mejor del partido. Un jugador de barrio, de potrero, o de campito…

En 1931, con la llegada del profesionalismo al futbol argentino, se incorpora a River Plate. Ya se hablaba que era un crack. La primer contratación «millonaria».

Después de jugar el Mundial de 1930, fue responsable del nacimiento del apodo de River, que lo compró por una altísima suma de dinero. La rompió durante una década, pero siempre apostó al perfil bajo, hasta el punto que en su etapa de entrenador se ponía en el buzo una M de masajista.

Estuvo diez años. Jugó 306 partidos e hizo 112 goles. Se consagró campeón con «La Banda» en 1932, 1936, 1937, y en 1941. Fue un ídolo indiscutido de «Los Borrachos del Tablón». Un intocable. Un referente ineludible. A quién no se lo pude «puentear».

«Barullo» empezó jugando de wing, a la vieja escuela. Pegadito a la raya, vertiginoso. Y termino siendo el primer jugador poli funcional del futbol argentino. Un revolucionario, un adelantado de su época. Llamado «Wing Mentiroso» o «Wing Ventilador». Cuando jugaba como puntero, su puesto natural, rompía las defensas. Pero de tanto en tanto abandonaba el perímetro y buscaba otras oportunidades. Sacaba los centros, se metía a pura gambeta, o le pegaba al arco como venga nomás. Rompió con los moldes que por entonces había.

Por adquirir su pase y el de Bernabé Ferreyra, River pago una pelota de guita. Y por eso se ganó el apodo de «Millonario». Era incontenible con pelota dominada. Inventivo y bicho. Transmitía y contagiaba coraje. No se achicaba nunca. Gran capacidad aeróbica. Pura adrenalina y vértigo. Desataba el alerta roja. Y pensar que lo incitaban a dejar el futbol para hacer algún curso…

En la selección jugo desde 1928 hasta 1940. Participó 27 veces e hizo 12 goles. En el Mundial de 1930 le marcó dos goles a Estados Unidos en la semifinal, y uno a Uruguay en la final. «Barullo» fue decisivo para que Argentina llegara a la final del Mundial del 30. Se echaba atrás buscando la pelota y creaba juego con gambetas llenas de potrero e intuición. A puro quiebre de cintura y de engaños. Gran habilidad para eludir rivales y dejarlos «mordiendo el polvo».

Fue parte de la Selección que levantara la copa en el Sudamericano de 1929 y el Sudamericano 1937. Hoy Copa América. Veloz, guapo, inteligente, dueño de una técnica especial, y capaz de desempeñarse con criterio en cualquier lugar. Hasta de puntero izquierdo. Sacaba el centro con «la boba». Tenía panorama y lectura. Resumía de alguna manera el «Manual Del Jugador Argentino. Se retiró por la puerta grande como futbolista. Andaba bien en todos lados. Se hizo entrenador.

Tras «colgar» los botines se dedicó a formar juveniles para River. Descubrió grandes talentos. Como por ejemplo Amadeo Carrizo, Alfredo Di Stefano y Oscar «Pinino» Más, entre los más famosos. Pero lo hizo con muchos chicos con los que trabajó. Se dedico también a desparramar conocimientos. Dejo una historia abundante en éxito y en gloria. De las mejores de nuestra rica historia.

Peuccele fue, junto a su amigo Renato Cesarini, el creador de «La Máquina de River». Para muchos el mejor equipo de la historia del futbol argentino. Todavía se nombran en los viejos bares y clubes de barrio a sus delanteros de corrido: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. El fue uno de «Los Padres de la Criatura».

Después dirigió en miles de lugares. Trabajó en Colombia, Perú, México, y Paraguay. Lo llamaban para dar clases. El hombre de nuestra historia creció y debutó en medio de la crisis del 30, de «La Gran Depresión», de «La Década Infame», del golpe de estado a Irigoyen, y con nuestro futbol argentino al borde de la profesionalización.

En medio del lodo nació su flor. Y floreció hasta donde más le fuera posible. En el medio de la crisis nunca reculó, «se agachó», ni se paralizó. Tenía las condiciones para sobrevivir y «romperla». Por más que esté «Satanás de los Infiernos» en el Gobierno o en la Dirigencia, «Barullo» iba a encontrar una manera de ser útil y productivo. De no caerse nunca.

Peucelle editó en 1975 su biografía Fútbol Todo Tiempo. En ese momento, escribió algo muy genial: “Yo estuve dentro de la cancha 17 años y nunca vi que lo que se produce como juego dentro de un partido viniera de un maestro de afuera. Siempre salió de los jugadores”.

A Peucelle lo llamaban Maestro muy a su pesar, ya que él no se consideraba así: humildad pura. Carlos Desiderio Peucelle subía a los cielos para sentarse a la derecha de Dios Padre con 81 años y el título de Maestro del fútbol bajo el brazo.

«Barullo» Peuccele fue como una «Flor de Loto». Que se elevó en el medio de el lodo. Una tremenda flor que nunca se marchito. Solo que un día se murió. Y de mucha gloria se tapó. Y pensar que querían que estudiara. Sí, hay que estudiar. Pero estudiar y dedicar la vida a lo que amas y te gusta hacer. Y así seguro vas a prevalecer.

LA LEY DEL DEPORTE (JUEVES 20 HS Continental Concordia 94.9)

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