Este no es un relato del estilo, se cansó de todo y puso un barcito en Brasil. Tampoco viene por el lado de se fue a vivir a Europa y en un día gana lo que acá en tres meses. La historia de Nacho Sánchez Sorondo no tiene la épica de un héroe y, aunque es muy inspiradora, también es bastante terrenal. Es solamente un hombre que, pisando los 30, se queda sin trabajo, sin pareja y vuelve a vivir a la casa de sus viejos, con depresión. Que después de llorar durante nueve meses –literal–, se obsesiona con correr un triatlón Iron Man y, con ese anzuelo, sale de la cama. Que, una vez recuperado, viaja solo en moto por todo el país durante dos años, escribe un libro, sube mil videos de sus aventuras a Instagram y hace una película que se llama Argentina sin atajos.
Tenía una empresa de transportes con siete camionetas en la calle. Parecía que le iba bien, pero venía derrapando por dentro. “No estaba preparado profesionalmente y se me había ido el billete a la cabeza. Cuando no tienes cimientos y piensas que te llevas el mundo por delante, el mundo te termina cacheteando”, dice hoy, sentado en un bar de Colegiales. No tiene la facha de un Iron Man: ni músculos ni rastros de abdominales ravioles debajo de la remera. Lleva pulóver gris cuello en v, pinta de bonachón y se le adivina la ansiedad del que espera el momento para huir de nuevo, adonde sea.
Hace diez años, entre cheques rechazados y mil incendios que no podía apagar, Nacho terminó por bajar la persiana y volvió al lugar al que había jurado jamás regresar: la casa de su mamá. Para seguir enhebrando desdichas, se separó de la novia con la que se iba a casar y se sentía completamente solo en el mundo.
El protagonista de esta historia jura que se pasó casi un año llorando –pobre la madre–, hasta que un amigo le tiró la idea disparatada del Iron Man, una prueba de casi 4 kilómetros de nado en mar abierto, 180 kilómetros de bicicleta en ascensos y descensos, y 42 kilómetros corriendo, en un tiempo límite de 17 horas. El plan era absurdo por donde se lo mire, más para alguien que estaba en el ir de la cama al living desde hacía nueve meses. Pero, por algún motivo que su psicoanalista habrá sabido desentrañar, el proyecto Iron Man rescató a Nacho de su valle de lágrimas.
Para empezar, nunca había aprendido a nadar; y, cuando quiso trotar tres cuadras (sí, tres), entendió el chiste de no poder correr ni al colectivo. Pero la progresión fue así: dejó de fumar, corrió tres cuadras primero, después seis y al poco tiempo ya estaba entrenando cuatro horas al día, con personal trainer y nutricionista. Tenía un año exacto de preparación para el Iron Man, el 29 de noviembre de 2015, en Cozumel, México.
Para bancarse los gastos, empezó a trabajar de mozo, justo él que se jactaba de haber armado varias empresas. Pero no le importaba. Rocky IV entrenando en la nieve de Siberia era un poroto al lado de la meta que se había propuesto este muchacho. Pero, más que la carrera en sí, lo importante fue el camino previo. “El deporte me conectó con valores increíbles: perseverancia, disciplina, humildad, paciencia, pasión por lo que emprendes”, enumera. Y lo corrió nomás: tardó unas 13 horas. A partir de ese momento, su vida dio un giro.
De regreso a Buenos Aires después de la carrera, se reinsertó en el mercado laboral y trabajó cuatro años en una empresa de energías sustentables, pero su cabeza estaba en otro lado. Apenas podía, se anotaba en la aventura que le pusieran adelante, desde una maratón hasta el ascenso al Lanín. No había vuelta atrás. “Me acuerdo de que mis hermanos me decían, no seas boludo, que tanto te costó”, dice. Pero lo que él quería no era reinsertarse, sino todo lo contrario: salir a la ruta, darle un descanso al sistema, viajar, no perderse nada allá afuera.
En 2018 vendió todo lo que tenía para dedicarse a la comunicación audiovisual. No sabía nada de documentales, ni de edición de video, ni tenía equipos, pero se puso a ver tutoriales en YouTube y con eso arrancó. “Nadie daba un peso por mí. Y en ese momento tenían razón: no soy fotógrafo, ni periodista, ni editor. Soy un atrevido y me quería animar a conocer el país y poder contarlo a mi manera”, afirma.
Ese mismo año se subió a una moto con rumbo a Córdoba y siguió hasta Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy y La Quiaca. Viajaba en carpa y, prácticamente, con lo puesto. “Si hubiera viajado en auto y durmiendo en hoteles, no habría conocido ni la cuarta parte de lo que descubrí”, explica. Luego de recorrer el Norte, regresó a Buenos Aires y cambió de moto –gracias al aporte de un sponsor– para enfilar esta vez hacia el sur, hasta tocar Tierra del Fuego. “Iba haciendo videos y mostrando todo en las redes (en 2018 tenía solo 500 seguidores en Instagram y hoy suma casi 66.000). Yo quería hacer el mejor documental jamás hecho sobre la Argentina, pero lo más importante fue haberme dado cuenta de que tenía que contar las historias de la gente de cada lugar”, sostiene. Y esa revelación la tuvo cuando conoció a Lorenza.
La historia de Lorenza es increíble. Es una mujer de más de 90 años que vive sola en un ranchito de adobe, sin agua ni luz, en el medio de la Cordillera (en Catamarca). Llegar hasta su casa requiere un viaje muy arduo, que solo se puede hacer a caballo o en mula. Nacho viajó con familiares de Lorenza, que también viven en la montaña y lo acompañaron en la travesía. Y pasó varios días conviviendo con ella.
“Cuando me topé con Lorenza entendí verdaderamente mi propósito: contar historias ocultas de la gente, historias que inspiren, que traspasen la pantalla, que lleguen al corazón y generen un cambio. Soy un apasionado de los testimonios y Lorenza fue el primero, el faro que marcó el camino a seguir”, explica.
Durante 2018 y 2019 Nacho estuvo arriba de la moto y paró en 2020 con la pandemia. En vez de sentirse enjaulado, usó el encierro para hacer contactos. Por LinkedIn lo contactaron, a través de un directivo de Disney, para tener un zoom con responsables del canal de tevé Nat Geo. “Me pidieron dos episodios que había editado de mis viajes y les mandé 15. Me terminaron comprando cinco”, cuenta. En su porfolio hoy tiene varios hits: además de la serie para National Geographic, publicó el libro fotográfico Argentina sin atajos y realizó la película del mismo nombre que se estrenó en un encuentro de cine de aventura cuya gira 2022 comenzó en Bariloche, pasó por San Martín de los Andes y llegó al Coliseo. A la película sobre su viaje, Sánchez Sorondo sumó la dirección y edición de un documental titulado Everest, que narra el ascenso a la montaña más alta del mundo de Facundo Arana.
Con el encierro de 2020, Nacho también volvió a acceder a los beneficios de la gran ciudad, empezando por el agua caliente. “Fueron dos años de dormir en carpa. Me acuerdo de que en Tierra del Fuego me levantaba a las tres de la mañana para calentar agua y meterla en la bolsa de dormir; así, durante cada una de las treinta noches que pasé allá”, rememora, y se mira las manos. “Estaba recurtido, ahora tengo manos de princesa”, se ríe.
Después del parate de 2020, Nacho salió a la ruta a completar la segunda parte de su viaje, por el litoral argentino, desde Misiones hasta Corrientes, Santiago del Estero, Chaco y Formosa. Allí quedó encandilado con los Esteros del Iberá (“es el África de Argentina”), filmó historias de personajes hermosos –como la de Keneke, el Mencho correntino– y, en un asado al que lo invitaron en Corrientes, conoció a la mujer con la que se casó ocho meses después.
Actualmente, está metido en varios proyectos, entre ellos un documental sobre la historia del caballo en la Argentina. Además, se puso el traje de conductor en el programa Locos x History, en la plataforma de History Channel. Y, cuando puede, da charlas vocacionales en colegios. Uno de los mensajes que baja es que “hay que enfrentar los miedos, que no hay nada detrás de ellos”. Y que “todo se puede hacer, pero con voluntad”. “Encontrar mi vocación es un regalo que pocos tienen: eso me cambió la vida y me hizo conocerme a mí mismo, escuchando a la gente y compartiendo esas historias para que otros aprendan”.
LA LEY DEL DEPORTE