La Ley del Deporte

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LOS AMIGOS POR «LA LEY DEL DEPORTE»

En las charlas de prevención de adicciones les sugiero a los chicos que tengan buenos amigos. Somos seres sociales y uno de los vínculos más importantes es la amistad. El amigo es el hermano que elegimos. Muchas veces tenemos varios amigos de diferentes grupos. Y compartimos otras partes y etapas de nuestra vida: los amigos del barrio, de la escuela, del club, de la universidad, del trabajo, y del disfrute.

El doctor Enrique Febbraro, odontólogo argentino, es el creador del «Día del Amigo». Se dice que el dulce de leche, el colectivo, la birome y la identificación de las personas mediante huellas dactilares son inventos argentinos. Pero algunos lo dudan…

En cambio, «El Día del Amigo» es sin dudas una creación «argenta». Este creador del Día Internacional del Amigo, también ha sido músico, uno de los primeros locutores de Radio Argentina, periodista, fundó dos Rotary Club y ocho clubes de Leones, publicó libros de filosofía, de psicología, de poemas, y hoy es declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires. Encima de esto fue candidato, dos veces, a recibir nada menos que el Premio Nobel de la Paz.

Dicen que hay menos amistades y más soledades en este mundo. No es así, se los visita menos. Hagámosle honor a este hombre teniendo y viendo a los amigos. No aislándonos y dejando que nuestras cavilaciones nos dominen y traicionen.

Extrañar a los amigos no significa la ausencia de ellos. Porque no es tan fácil derrotar a la amistad. El tiempo y la lejanía la pueden «adormecer», pero esa capacidad de «reverdecer» la relación, con «los de siempre», está firme ahí, lista para resurgir.

Esto es así aún en los casos en los que nuestro amigo ha partido. Es que la amistad sigue vigente como siempre, aun cuando es vivida con nostalgia.

Los amigos nos dan fuerza interior porque nos dan afecto, nos escuchan, comparten sus tristezas y sus alegrías. Se ponen felices cuando nos ven llegar y nos abrazan. Ellos quieren saber y preguntar como nos fue, que sentimos, y que andamos haciendo. Quieren lo mejor para nosotros. Nuestro éxito es su éxito. Te abrazan, cuentan anécdotas tuyas, te tienen fe a pesar de todo, se ríen, se emocionan con uno, y si de desbandás te ponen límites.

Y uno de los desafíos más importantes con los amigos es ser uno mismo. Sacarnos la máscara y tirar el personaje «al tacho». Hablar con tu amigo en serio. No todo el día haciendo chistes. Qué lindo es sentarte una tarde cualquiera en la vereda de su casa a charlar, como cuando éramos chicos.

A los amigos no hay que ofenderlos, ni agretearlos, ni juzgarlos. Hay que ayudarlos, hacerlos sentir bien y darle cariño. No ridiculizarlos, rebajarlos, ni degradarlos. ¡Hay que ser tolerantes!

Con un amigo encontrás a alguien que te entienda, que te escuche, que se preocupe y ocupe. Te puede dar «una mano» en las difíciles. Donde vos podés descargar tu mala energía, así no te «prendes fuego». Compartís una alegría, un asado, un partido, o un mate mañanero y conversador. Podés verbalizar tus problemas y disminuís el malestar.

Pedís sugerencias y consejos. Y ellos nos «abren la cabeza» y nos tiran puntas para ayudarnos. Te pueden dar un trabajo, un dato, un regalo, un abrigo, un bocado, o un lugar en el mundo.

Los amigos son como los libros, no necesitas tener muchos, necesitas tener buenos. La amistad duplica las alegrías, y divide las angustias. Te las diluye un poco.

Un amigo es aquel que lo sabe todo de vos. Todas las que «te mandaste». Hasta las que te avergüenzan. Pero que, sin embargo, te entiende, y quiere mucho.

Aquellos que tienen más vida social y cuentan con varios amigos «confidentes» viven más y mejor. Además, tener buenos amigos, especialmente en la vejez, permite mejores hábitos de vida, menos depresión, y más autoestima.

Las personas grandes sienten que pueden intervenir en la vida de los otros, dando consejos, apoyo, y esto les hace bien, y se sienten útiles. La solidaridad es el «fueguito» que mantiene vivas a las sociedades. Y los amigos «son solidaridades escondidas».

Vivimos en comunidades cada vez más competitivas, en las que todos somos potencialmente rivales. Sin embargo, el consumismo que nos inculca el sistema, no pudo destruir estos sentimientos. Seguimos viviendo en «comunidades personales», que pueden incluir a personas geográficamente lejanas.

Llamamos amistad a un sentimiento recíproco y estable, que se anhela y se atesora. Se trata de visitar juntos un lugar curativo: el de los sueños compartidos. Gozar de la amistad es salud. Es curarse en salud. Contra la tristeza, la presión de la vida cotidiana, la amistad es un descanso… Por eso, me gusta considerarla uno de los «antidepresivos sanos de la vida cotidiana».

La amistad afianzada permanece, latente, y revive cuando es convocada. La amistad permite sostener el deseo de vivir, de aprender, del gusto por la vida, por los ideales, por nuestra continuidad… y, sobre todo, ayuda a caminar por este mundo. Y permanecer peleando sin «tirar la toalla».

Una de las amistades más notables es la de la escuela. Pasamos cinco años viéndonos todos los días y de repente dejamos de frecuentarnos. Perdimos el aula, el galpón, y la taberna. Creemos que se nos viene la noche y la soledad. Pero hay una conexión que perdura mucho más allá de todo. Lo sepamos o no: «Fuimos compañeros de mil batallas». Y eso nada ni nadie lo puede cambiar.

El contacto con los amigos vale por sí solo, pero también por lo que a través de esos amigos vemos de nosotros mismos. Recordar quiénes somos de verdad desde la mirada de un amigo. En ese sentido, un amigo de ley es un buen espejo en cuál mirarnos para encontrar aquello que se nos escapa de nosotros, que nos diga las cosas que hacemos mal, si nos desubicamos, y que nos apoyen cuando estamos solos y los «laberintos de la mente» nos complican súbitamente.

Existen esos amigos con quienes se ha compartido mucho en cantidad y, sobre todo, calidad. Ese tipo de amistad tiene intimidad emocional y de confianza. A veces son amistades de contacto diario, pero también pueden ser esporádicos. Aunque la sensación normal es que el tiempo no ha pasado:

«Te siento como la última vez que te abracé fuerte. Como que recién acabo de verte. Debe ser, mi negro, porque te tengo siempre presente».

CHARLAS SOBRE CONSUMOS PROBLEMÁTICOS

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