LA MEMORIA DE TRABAJO (CHARLAS SOBRE ADICCIONES EN CONCORDIA)

Yo tengo muy poca memoria. Mi función de recibir una información, sostenerla en la cabeza por un corto plazo, y resolver en función de esta información, está por debajo del promedio normal. Y me trajo muchos malestares y «dolores de cabeza».

Entonces, cuando empecé a trabajar en los despachos de los restaurantes en New York, Miami, Buenos Aires, Punta del Este, Santa Fe y Alaska, mi vida era aterradora, estresante, e insalubre. Había que limpiar verduras, frutas, peces y animales. Tenía que desgrasar, despinar, deshuesar, porcionar, amasar, y a veces al mismo tiempo cocinar.

Entraban comandas de carnes, pollos, pescados, pastas, y arroces con sus respectivas salsas y guarniciones. Dependiendo de la cantidad de comensales, debíamos sacar cinco platos, seis, tres… Encima todos simultáneamente, y obviamente que en tiempo y forma.

Yo no podía acordarme de todo y hacerlo porque una nueva cosa me hacía olvidar de la anterior. Nueva info tapaba la vieja. Sí, sabía, que se iba apilando tarea y estrés. Hasta que me perdía y no sabía por donde arrancar. Y volvía a ver las comandas, a hacer una a la vez y «bien». No es de extrañar que mis nervios estaban a la miseria y buscaba, cuando terminaba el despacho, alcohol, y drogas para aliviar mi propia incapacidad y por eso era mi infierno.

Mientras dejábamos trabajando «una mesa», necesitábamos ir arrancando con los otros nuevos clientes que comenzaban a arribar y pedían a los dos minutos, más tarde otros cuatro a los quince, luego una mesa de veinte, y así. Era una locura darle de comer y servir a tantos «demonios» al mismo tiempo. Por lo menos así lo sentía yo.

Sufría demasiada carga de trabajo para una persona que no podía retener tres «infos» al mismo tiempo. ¡No eran comandas, eran problemas! Pensaba que no lo podría hacer. Vivía «atajando penales» y «vuelto loco».

Y me fui sintiendo un desdichado de a poco. Un sufrido, uno que estaba a punto de «estallar». Y necesitaba descansar la cabeza con «algo» de relajante y que alivie.

A mí se me «evaporaban» del cerebro las más viejas y retenía las nuevas. O me apegaba a la nueva y desatendía la vieja. Encima recordar los ingredientes, las cantidades, los tiempos de cocciones de todos, y las temperaturas adecuadas para cada receta. Se me trancaba el «procesador».

Hasta que empecé a sufrir urticaria extrema, ronchas, manchas, sequedad en la boca, granos, y muchas ganas de buscar algo que me haga sentir un poquito mejor. Rivotril, tabaco, alcohol, marihuana, cocaína… Había que vengarse de tanto «sacarle brillo al totó» de los comensales. Que en el salón parecían vivir en el cielo, y uno envuelto en una nube de humo… ¡Y en la sucursal del infierno!

Llegaban pavos, patos, verduras, cremas, helados, leña, corderos, platos, copas, manteles, harinas, frutas, bebidas, y no sabía por donde arrancar, ni que era lo más importante o lo más urgente. No tenía la capacidad cognitiva de limpiar, porcionar, conservar, cocinar, emplatar, despachar, higienizar, guardar, y disfrutar. Era todo una tormenta perfecta de problemas. «La receta para el desastre».

Estaba pintando muy mal mi vida en los restaurantes. Sabía que algún día, sin no le encontraba la vuelta, me iba a agarrar algo. Pero mi mente despistada, la, pasee por otros trabajos con el mismo pobre resultado… No quería trabajar más de nada y quería «tirar la toalla».

Uno quiere lo mejor para uno, pero en el desespero busca cualquier cosa que lo haga sentir mejor, que convierta este mundo en un lugar copado y lindo. ¡Por eso había elegido vivir frente al mar, en viejas aldeas de pescadores, hoy convertidas en mecas de la moda y el glamour! Pero me llevé mis problemas hacia allá…

Me costaba mantener en la mente un información mientras prestaba atención a otra. Me decían que no me concentraba, que era distraído, que me relaje, que no me haga tantos problemas, que no me disperse, que no me ponga nervioso… Y yo no sabía como hacer eso. Simplemente me sucedía.

Mi voz interna también me repetía que no me concentraba, que era distraído, que me relaje, que no me haga tantos problema, que no me gustaba, que me dedique a otra cosa. Era mi trabajo, y uno es por lo que hace…

El malestar iba creciendo, y la sensación de no lograrlo también. Por eso trabajaba más horas, hasta terminar todo cortado, quemado, y extenuado. Para compensar mis pocas condiciones naturales. En los escasos momentos libres, estudiaba cocina, ayudaba en otras cosas como la huerta, la pintura, las compras, ayudar a un compañero, decirles que si a todo, siempre dispuesto a compensar mi bajo accionar con muchas horas de trabajo. Jornadas de «sol a sol». Sabiendo que venía «bajo de crédito» con mis jefes y compañeros. Jamás respondía, ni me expresaba mal, ni me enojaba. Necesitaba piedad. Y para sobrevivir apelaba a cualquier fórmula. Mi carisma y verborragia siempre fueron unas de mis grandes armas.

La memoria corta, que a mí no me anda, es básica para la correcta operatividad de las funciones cognitivas. Por eso empecé a intuir que no podía. Que trabajar no era para mí, que no me acordaba de nada.

Ya no había podido arrancar en agronomía ni en periodismo deportivo. Donde no podía recordar los hechos mientras los narraba o comentaba.

Concluía que había que aguantar en gastronomía hasta normalizar. Hasta aprender y automatizar. Pero eso no pasaba porque los trabajos cambiaban, los lugares, las recetas, y hasta los equipamientos. Siempre aprender todo de nuevo y a los «guachazos» con las «torturas» correspondientes.

Mi vida era una condena. Por eso, entre otras cosas, me alcoholizaba y me drogaba. Y era peor. Está mal, pero todos hacemos lo que podemos en esta vida.

Gracias a la memoria operativa o memoria de trabajo podemos integrar dos o más cosas que han tenido lugar en una estrecha proximidad temporal. Por ejemplo, recordar y responder a los datos que se han dicho en una conversación.

Me costaba asociar conocimientos nuevos con conocimientos que ya conocía. Y eso no me permitía aprender bien, ni hacer dos cosas a la vez. Ni siquiera pensar y mascar…

Es muy importante conocernos a nosotros mismos y saber nuestras debilidades y fortalezas. Así podemos actuar en función de ellas. Y mejorar nuestros puntos débiles y hacer un buen uso de nuestros puntos fuertes. Tiene mucho que ver con conocernos, aceptarnos, y tratar de mejorarnos, en lo que se pueda.

Hay tratamientos para la memoria. Y aplicaciones que la mejoran. Busquen ayuda que las hay. Un entrenamiento constante y adecuado permite mejorar. Para una correcta estimulación son necesarios unos minutos al día, dos o tres días a la semana. Se puede acceder a programas de estimulación cognitiva mediante profesionales y por internet.

Hoy le encontré la vuelta buscando variantes en el periodismo y disertando de las escuelas. Miro y me anoto todo. Estudio, releo, pienso, reflexiono, hago memoria. Siento mucho los conceptos, me emociono, y siempre los edito. Ando cortando y confeccionando hasta la concreción de la nota. Porque en la hoja o la pantalla queda todo ahí, enfrente de mis ojos.

En la cabeza no los puedo grabar. Y mientras hablo en la radio… Estoy mirando la hoja o la pantalla «de coté». Si no, no me acordaría de casi nada. Pero le encontramos la variante.

Desde que hice tratamiento y atravesé mis dificultades cognitivas y conductuales, a pesar de que aún existen, he podido conducir los programas radiales La Ley Gastronómica, Ley del Boxeo y La Ley del Deporte en Radio Matrix Continental 94.9. Escribo en prensa gráfica. Estoy publicando libros. Y pertenezco al Consejo Municipal de Prevención de Adicciones de Concordia, donde brindo charlas a los chicos de la trampa y la enfermedad a la que lleva el consumo drogas.

Siempre estudiando, escribiendo, editando y sintiendo lo que digo. Porque son mis nuevas herramientas para poder aclarar y retener los conceptos, y poder expresarlos eficientemente…

Comentarios