LA MASCARA DEL EGO (CHARLAS DE PREVENCIÓN DE ADICCIONES CONCORDIA)

Muchos de mis ídolos en la adolescencia, cuando uno andaba buscando nuevas experiencias, referentes y afectos, fueron chicos duros, carismáticos, o rebeldes. Tipos que a veces bebían, fumaban, otro apostaban, se drogaban, conquistaban, y un puñado de ellos peleaba.

Era interesante que ya trabajaran, que a veces robaran, y hasta amenazaban que mataban. Guapos que me resultaban interesantes, fuertes, e invulnerables. Con ellos, yo me sentía seguro, querido y cuidado.

En aquel entonces yo admiraba y simulaba ser como ellos. Valiente, malo, insensible, misterioso, mujeriego, sin intimar con nadie, soberbio, picante, temible, empedernido, consumidor, transgresor y sádico. Si había que pelear le daba: «¿así que vos sos así?, ¿te gusta hacer esto asa?, ¿querés más?, ¿a ver si gozas?»

Hoy, muchos de aquellos ídolos, están con trabajos mal pagos, ayudados por el estado o sus amigos, durmiendo en sus autos, echados de sus casas, chupados o drogados, peleándola, aun perdiendo, hasta el campanazo final. Y casi todos aquellos la están pasando muy mal. Cuando tengo un mensaje de alguno, sospecho que me algo malo me va a contar, alguna traición, un dolor, o de última me está por manguear…

En aquellos primeros años uno escondía un chico que se creía inhábil, inseguro, nervioso, miedoso, y que necesitaba afecto. Me escondía tanto en mis divagaciones que en ciertos periodos ya tenía como diez tics nerviosos.

Era «pura imagen». Tanto use esa máscara que ya no supe quién era. Ni que pensaba, ni que sentía, ni que necesitaba, ni que quería. No hablaba de mis miedos, inseguridades, ira, fobias, complejos, defectos, dolores, inestabilidad mental, frustraciones, ni prejuicios.

No comunicaba, quizás, para que no me digan «con todo lo que hice por vos», «con todas las posibilidades que tenés», «no seas sonso», «no tengas miedo», «si no lo superas, vas a sufrir mucho», etc. Como me sentía un poco atacado, decidía «guardarme» todo y actuar el malestar.

Entonces prefería que me vean como a un «payaso con pasta de campeón», que viajaba, nadaba, futbolizaba, surfeaba, cocinaba, comía, bebía, y a veces se drogaba. Pero me abrías al medio y encontrabas angustia, desconexión, miedos, soledad, tristeza, desmotivación, inseguridad, insatisfacción y hasta terror a no poder ganarle a la vida.

Muchas veces somos unos «caretas» porque fingimos ser una persona que no somos. Escondemos nuestro mundo interior y real, mostramos un personaje creyendo que nos va a salvar de mayores males, y con el tiempo nos va comiendo el verdadero yo vivo. Va tapando al auténtico e imperfecto humano. Con el tiempo ya no podemos controlar ese «yo falso». Simplemente, viene y se apodera de nosotros automáticamente.

Es la «máscara del ego», que llevamos atada al pescuezo, día a día, por no animarnos a ser como realmente somos. Es un personaje tan bien elaborado, que incluso hasta nosotros mismos lo creemos. No solo nos ponemos la máscara con los demás, sino que también con nosotros mismos. Tristemente, nos desconectamos hasta de la persona más cercanas que tenemos: nosotros.

Todos, en mayor o menor medida, representamos y actuamos algún papel. Pero si no somos conscientes, con el tiempo, y con consumos problemáticos, lo potenciamos a niveles intolerables, sobre actuamos, hasta ridiculizarnos y dar lástima.

La construcción de nuestro personaje, se forja en nuestra infancia, y adolescencia, de forma inconsciente, por miedo a las «agreteadas», como mecanismo de defensa para no mostrarnos débiles, vulnerables, y defectuosos. Y esa máscara nos esconde, nos desconecta, nos aprieta, nos ahoga, y finalmente deconstruye. Se queda pegada y no nos deja ejercer nuestro «yo verdadero».

Nos escondemos en la «mascara del ego» para que nos miren, nos quieran, y nos tengan en cuenta. Cada máscara la construimos para que los demás vean lo que queremos, o para no dejar ver lo que no nos gusta de nosotros. Tratamos de ser queridos, admirados y contenidos. Quien no, pero «teatralizando», y así le erramos.

La máscara del ego es una protección que nos ponemos para que no vean nuestros «puntos flacos», y por ende quienes somos realmente. Nos cerramos y callamos. Evitando que tomen contacto con nuestro auténtico yo, con nuestro auténtico ser. Porque tolerar la frustración de que nos «descubran» y no satisfagamos a la comunidad, no es tan fácil. Es entonces cuando, nuestro personaje, se desvive por manipular a todos, e intenta calmar nuestras necesidades de amor y conservación.

FOTOS DE RUDAS concordia de es-la.facebook.com

Hay que practicar hablar humildemente de nuestros problemas, pensamientos, emociones, salud mental, y dolores. Pero en serio. Mostrarnos débiles, vulnerables y humanos genera atracción y empatía en los demás. De eso gusta la gente. El personaje solo despierta risas y anécdotas, aplauden la ocurrencia, nuestras fantochadas, pero nadie nos va a poder ayudar, ya que no los empujamos a pensar en que lo necesitamos. Y si agreteo, me aíslo solo. Porque nadie quiere sentirse increpado ni denigrado.

Cuando somos conscientes de nuestro personaje, podremos deshacernos de nuestra manipulación. Si logramos ver con claridad a que estamos «jugando», recién estaríamos habilitados a empezar a dejar caer esa armadura, para conocernos, querernos, aceptarnos, hacernos conocer sin maquillajes, y finalmente ser libres. 

Hay que ser reales, con miedos, defectos, complejos, frustraciones, tristezas, etc. No se pongan el disfraz de «Super Man», que es quedarse solos y perdidos.

Pensamos que la máscara que llevamos puesta nos protege, nos llevara al éxito, pero en realidad nos hace ser falsos y manipuladores, nos aísla en busca de cariño, aunque suene ilógico. Encima de eso, no podemos controlar a la gente, es una falsa ilusión, cuando buscamos seducir, manipular, teatralizar, siendo otro.

El miedo es que si nos quitamos la máscara, nos va a volver más frágiles y vulnerables, pero en realidad es todo lo contrario. La máscara nos aumenta el sufrimiento, porque no podemos mostrar nuestro auténtico yo. Y quedamos preso del «El Lobo Feroz». Somos adictos al personaje, por miedo a «desaparecer».

Llevar la máscara puesta, no nos hace más fuertes, nos hace más débiles. Nos empequeñece. Nada nos puede evitar el dolor en la vida. La vida tiene dolor, pero también alegrías, y satisfacción. Sentir no nos va a matar, actuar o los consumos problemáticos, que son «mascaras del ego»…sí.

El primer paso para quitarnos la máscara es poder escucharnos a nosotros mismos, observarnos para ver qué rol estamos representando. Quitarnos la máscara no es un acto que podamos decidir, sino que es el resultado de un proceso profundo de autoconocimiento y transformación. 

Una vez que hemos descubierto cuál es nuestro personaje, y cuál es nuestra máscara, ya nada vuelve a ser igual. El personaje entra en crisis y es combatido por el yo verdadero. Que quiere expresarse y mostrarse.

Ser más conscientes de nuestro personaje nos permite «atraparnos en acción» cuando estamos actuando. Y es importante no identificarnos con esa construcción, saber que es una parte de nosotros, pero no somos nosotros. Somos mucho más abarcativos, que solo eso. Eso es solo una parte.

El cambio y la transformación se produce cuando no alimentamos al personaje, sino que nos podemos quitar la coraza, y satisfacer nuestras propias necesidades, expresar nuestros sentimientos, experimentar la angustia de vivir sin un rol, sin el teatro diario, y poder ser nosotros mismos. 

Meditando, aceptando cómo somos, no identificándonos con la mascara, saber que no es algo permanente, teniendo esperanzas que lo vamos a lograr, valorándonos, escribiendo lo que nos pasa, hablando, viviendo el aquí y ahora, cambiando la vista del punto, y mostrarnos como seres libres de mascaras, es cuando podremos ser más coherentes con nosotros mismo, y dejar de fingir algo que no somos ni nos hace bien.

Les dejo las palabras de un filósofo que seguramente sumarán: “Sé como vos sos, de manera que puedas ver quién eres y cómo eres. Deja, por unos momentos, lo que debes hacer y descubre lo que realmente haces. Arriesga un poco y sentí tus propios sentimientos. Decí tus propias palabras. Reflexioná tus propios pensamientos. Descubrite. Deja que el plan para vos, surja desde adentro tuyo.”

CHARLAS DE PREVENCIÓN DE ADICCIONES CONCORDIA

Comentarios